El dispositivo de desorientación

Querido J:

Como bien sabes y tanto hemos divagado, un infalible signo de mediocridad literaria son los jugueteos con la identidad. Cualquier autor de verdad sabe que, en el mejor de los casos, esa práctica supone ganar la partida con cartas marcadas. Desde hace una década, y con el advenimiento del protocolo del nick, grandes masas nítidamente identificadas hasta ese momento empezaron a experimentar en internet los pueriles placeres del jugueteo y los divertidos equívocos sensuales e intelectuales que propicia. Lo que era en el pasado toqueteo de élites se ha convertido hoy en promiscuidad generalizada y los amaneramientos con la identidad han pasado de la literatura a la vida.

Ejemplo maravilloso, y hasta un punto obsceno, es el 'caso Amy Martin', que acaba de narrar Carlos Segovia en este periódico donde te echo las cartas. En estas historias siempre hay calamares que huyen echando tinta. Segovia tuvo que seguir muchas pistas falsas y hasta verificar que una Amy Martin, americana en París, no era la que buscaba. Hasta que al final pudo precisar que la Fundación Ideas, que dirigía Carlos Mulas, pagó precios desorbitados por los artículos que escribía una Amy Martin, y no la de París. El diario ABC ya se había interesado por el dudoso aspecto que ofrecían las facturaciones del director de la Fundación Ideas. En sus informaciones constaba marginalmente este párrafo:

«Carlos Mulas se mostró ayer muy molesto con el hecho de que se intente implicar a su esposa, la escritora Irene Zoe Alameda, autora de la novela Sueños itinerantes (2004), publicada por Seix Barral, por el simple hecho de compartir agente literario con una de las analistas de la fundación. A Irene Zoe le lleva sus asuntos literarios la agencia Casanovas and Lynch, con sede en Barcelona, que también recibe pagos de la Fundación Ideas por artículos de la británica Amy Martin. Martin trabaja para el semanario británico The Economist y en España colabora frecuentemente en el diario Público, además de colaborar con Ideas».

El periodista Segovia comprobó que Amy Martin no había escrito en The Economist, que sus «frecuentes colaboraciones» en Público se reducían a un artículo y que ese nombre diera señales fiables al margen de Carlos Mulas y la fundación socialista. Hasta que la mañana del jueves llegó un comunicado de Irene Zoe Alameda diciendo que Amy Martin sí existía y que era ella. El comunicado es muy largo. Puedes leerlo en cualquier parte. De él se deducen conclusiones extraordinarias.

La primera es que la autora del texto no puede ser la misma que la autora de los artículos firmados por Amy Martin que aún cuelgan de la Fundación Ideas. No digo yo que Irene Zoe Alameda, esposa que fue de Carlos Mulas, no aportara alguna anécdota a esos artículos, que son casi todos de temática económica y similares (en fondo y forma, digamos, por ir rápido) a los que Mulas ha publicado con su nombre en diversos periódicos españoles. Pero es difícil verla como autora de unos artículos incompatibles con la prosa pueril, puramente literata, de su comunicado.

La segunda noticia importante de su comunicado es que Irene Zoe Alameda reconoce haber cobrado los artículos de Amy Martin de la Fundación Ideas y haberlos declarado a Hacienda. Esto tiene un gran interés, porque naturalmente blinda su afirmación de que Amy Martin es Irene Zoe Alameda. Si lo es para Hacienda, lo es para Dios. Y es aquí precisamente donde el juego de la identidad, al principio sólo pazguato-literata, se cruza fatalmente con el de la vida. A Carlos Mulas no sólo le sirvió el seudónimo Amy Martin para descargar la web de Ideas de un protagonismo que acaso fuese excesivo; o para sentirse quizá más suelto en sus análisis políticos al no tener que atribuirlos públicamente al director de la fundación; también le sirvió para cobrarlos a un precio que habría sido imposible para el director y para que tributaran a un tipo impositivo más bajo. Qué duda cabe que, llegados a un cierto punto, con Hacienda sólo valen los seudónimos.

Es por completo indiferente que la idea y la denominación de Amy Martin fuera de Mulas o de Alameda. Hay pruebas de que Alameda llevaba algunos años jugando con la identidad. Sólo hay que leer la reseña de su novela Sueños itinerantes (2004) que le hizo Francisco Solano en Babelia, donde la diseminación de bullshit prueba la complicidad de la crítica en los fraudes, incluso tributarios. Agua, y risa, va: «Irene Zoe Alameda, la más destacada, explora frenéticamente la dificultad del individuo actual para conocer su propia identidad». «Una autora de portentosos registros, de ambición desmesurada, de una potencialidad verbal irrefrenable, con un estilo invisible capaz de recoger el desquiciamiento mental de nuestro tiempo». «El errante representa la figura del cambio permanente», se dice en algún momento, enunciando así el dispositivo de desorientación que es clave en la novela.

El dispositivo de desorientación, en efecto. El párrafo de ABC, en el que Mulas distingue (¡y airadamente!) entre su mujer y Amy Martin, indica que él no fue ajeno al montaje. Lo que le preocupaba entonces era que alguien pudiera pensar que contrataba a su mujer por una media superior a los 3.000 euros por artículo. Mientras que en estos últimos días, ya terminales, lo que ha tratado de ocultar es que Amy Martin era él, excepto para pagar impuestos.

Y luego dicen que el arte no cambia el mundo.

Sigue con salud,

A.